Mi Mi, es lo que controlo, donde están mis mejores máscaras y disfraces.
Mi Yo, es lo que escribo, lo que me harta, me cansa, me satura y me protege de mi Mi.
Aunque a estas alturas ya no sé quién es quién.
Solo me queda seguir mutando.
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Se atropella y rasca el cielo
Destella contra Zeus, imprimiendo oídos a Wagner
Adolescencia que no tiene y que me sobra
Se contiene y carga, recarga batería sin fecha de
obsolescencia
Olereando hasta los huesos la banalidad de la
locura.
Hay sufrimientos inevitables en la vida. Pérdidas, golpes que no escogemos y que simplemente nos toca atravesar. Pero también hay dolores que sostenemos más de lo necesario, por costumbre, por miedo o por no saber cómo soltar. A veces nos quedamos en un círculo que conocemos, aunque duela. Preferimos la familiaridad del malestar antes que la incertidumbre del cambio. Y nos justificamos: “Es que así soy”, “Es que siempre ha sido así”, “Es que no hay otra opción”. Pero, ¿realmente es cierto? No se trata de minimizar lo que sentimos, pero sí de preguntarnos: ¿esto es parte del dolor inevitable de la vida o es algo que sigo eligiendo sostener? ¿Estoy atravesándolo o me estoy instalando en él? Salir de estos ciclos no es fácil, pero es posible. A veces es un gran salto. Otras veces es un movimiento sutil: una pregunta distinta, un pensamiento nuevo, un primer límite. Porque el dolor es inevitable. Pero hacer de él un hogar permanente, no. Micha
La cosa luminosa está en cada cosa, la cosa está ahí se ha quedado se puso hace rato se puso hace mucho la cosa estaba de antes, de siempre era esa la cosa luminosa esa era la cosa esa era la cosa la era esa, la cosa luminosa Está esta en cada cosa. Mis ojos viendo a donde miran no pueden ver más que lo que está cada cosa clara muy clara la luz luminosa la claridad sin fin, una y otra cosa. En fin. En mis ojos está la cosa.
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